Cierra las ventanas, Bernarda,
no las traspase el sol
que quema las esencias
del patriarcado feroz,
apuntalado por las mujeres
intransigentes y beatas.
Cierra las ventanas, Bernarda,
no entre en casa el qué dirán;
sujeta con trancas el corazón de luto
de esas hembras en celo, amordazadas,
que esconden su pasión
entre los bodoques de las sábanas blancas
de novias vírgenes.
Cierra las ventanas, Bernarda,
para que los ojos de tus hijas
no se fijen en el brillo
de los ojos de los mozos
que pasean a caballo por la calle;
y coloca candados en la cancela:
no se te escape la abuela
a retozar entre los juncos de la orilla.
Cierra las ventanas con pestillo, Bernarda.
Y cierra los párpados
para no ver más realidad
que la de tu decencia de mujer honorable.
Solo con las ventanas cerradas,
las puertas cerradas,
los ojos cerrados,
el alma cerrada
podrás ofrecer a las habladurías
eso que llamas virtud
y que es el elixir
que alimenta a los varones respetables
ofrecido por las mismas madres de su familia
en un vaso lleno de sangre y dolor
en el que beben ellos
su honra fortalecida
exprimida con el sacrificio de las mujeres
por los siglos de los siglos.