EURÍDICE
Te desvaneciste, Eurídice,
castigada por la ira de Perséfone
al leve movimiento de tu esposo.
A punto de lograr la maravilla del encuentro
cuando ya tu rostro se inundaba de luz
y tus manos nemorosas
comenzaban a alcanzarle
saliendo de la sombra del adentro
tenebroso del Hades;
anhelando el delirio de abrazarte
eternamente en vida,
Orfeo, con un pie casi en la salida,
inseguro y nervioso
miró hacia atrás, dudoso.
Orfeo, hijo de Apolo,
era músico solo.
Aunque hubiera cerrado con su melodía
los seis ojos al fiero Cancerbero
y dormido a Caronte en su barquilla.
Era hombre, y dudó aquel día;
volviendo la cabeza
antes de que tu cuerpo de dríade ligera
hubiera abandonado las tinieblas.
No supo esperar.
Y fuiste pulverizada por la diosa
volviendo a los infiernos desde la orilla
en un momento,
transformada en gorjeo
diluido en el viento.
Llorando, Orfeo
esparce por el mundo, generosa ,
la eterna nota lánguida
de su lira.